lunes, 17 de septiembre de 2018

La música de Dios regresa a la Mercè


Los tubos principales del nuevo órgano de la basílica de la Mercè. / ROBERT RAMOS


La basílica estrena un órgano firmado por Gerhard Grenzing, uno de los mejores maestros organeros del mundo
Con el nuevo instrumento, la iglesia vuelve a situarse en el mapa sonoro de la ciudad, sitio que perdió durante la guerra civil

por Natàlia Farré  para El Periodico de Barcelona

Mozart decía que era el rey de los instrumentos. 
Y algo de razón debería tener cuando su música es capaz de satisfacer a fans de 'Star wars' al tiempo que gusta a los 'heavies', sin olvidar, obviamente, a los melómanos de la clásica. 
Unanimidad que Hèctor París ha comprobado a lo largo de su carrera como solista. 
En una ocasión tuvo que sustituir la 'Marcha nupcial' de Mendelssohn por la banda sonora de la película de George Lucas; y en otra vio a un incondicional de Iron Maiden embelesado por la 'Tocata y fuga en re menor, BWV 538', también conocida como 'Tocata Dórica', de Bach.

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Se ve que no hay nada más parecido a un solo de guitarra eléctrica que la pieza del compositor barroco. No en vano, el artefacto en cuestión "es el instrumento musical más grande, más complejo y más rico -con todos las escalas sonoras, desde los bajos más bajos hasta los agudos más agudos- que la humanidad se ha atrevido a inventar". Aquí la palabra la da un maestro. Y no uno cualquiera. Si no uno de los mejores, si no el mejor, de Europa que es como decir del mundo: Gerhard Grenzing (Alemania, 1942).




Hèctor París, tocando el nuevo órgano de la basílica de la Mercè./ ROBERT RAMOS

¿De qué hablamos? "De hecho no tiene nombre, órgano viene del latín 'organum' que significa instrumento. Y ¿qué es un órgano? Un instrumento de teclado que activa otros instrumentos que están dentro. Nunca será un piano de verdad o una trompeta de verdad, pero el sonido recuerda a los instrumentos reales", apunta París. Pues eso, hablamos de órganos. De todos en general y de uno en particular: el de la basílica de la Mercè. La casa de la patrona de Barcelona estrena uno nuevo y hecho a medida, por Grenzing, por supuesto. Inaugurar un órgano no es una cosa menor, de hecho para el maestro organero "el nacimiento de un órgano es una gran celebración", él lleva ya unas 240, imposible contarlas.

Con carácter catalán

No es una cosa menor porque en la ciudad hay pocos sitios, no más de dos, el Palau de la Música y la catedral, para escuchar conciertos de órgano, y aún menos espacios que tengan un instrumento versátil para poder tocar cualquier composición. El del Palau es bueno pero es un instrumento romántico puro, ideal para expresar composiciones de Listz pero en el que es imposible apreciar todos los detalles de las obras del contemporáneo Messiaen. El de la catedral tiene muchos padres, que es como decir que se ha restaurado (y modificado) en demasiadas ocasiones, aunque no por ello deja de tener interés.


Porque los órganos tienen personalidad. Y el de la Mercè es de una personalidad versátil y catalana. "Es el que necesita el centro de Barcelona. Un órgano con amplitud, capaz de expresar desde música antigua hasta música contemporánea y hacerlo con carácter. Adaptado para cantar en un espacio vacío y lleno", apunta Grenzing. Lo de que sea catalán no es baladí, pues no suena (o no debería sonar) igual un órgano centroeuropeo que uno del sur. "Cada país crea su propio sonido de órgano que está íntimamente ligado con la fonética del idioma. Los órganos alemanes son fuertes y contundentes; los franceses son nasales; los portugueses se parecen a los catalanes: más claros y agudos", detalla el maestro.


Así que antes de hacer un órgano en El Papiol, donde tiene el taller Grenzing, estudian mucho: "Vamos al mercado, escuchamos cómo se habla y la fonética del lugar, aspectos que luego intentamos expresar con el órgano para que de esta forma la gente lo sienta más propio". Para el de la patrona de la ciudad, Grenzing no ha necesitado pasearse mucho, lleva viviendo en Catalunya 50 años: "Te acabas adaptando a la fisonomía, la cultura, el lenguaje, la luz, el color... Todo esto enriquece, lo inspiras y luego lo expiras", explica. Y, además, ha restaurado muchos órganos históricos catalanes. "Siempre respetando su originalidad, sin modificar ni adaptar nada", sostiene orgulloso.

La quema del 36

De hecho, el maestro organero llegó a Barcelona y luego a Mallorca para acabar en El Papiol, atraído por el sonido de los órganos ibéricos. Lo escuchó por primera vez en Hamburgo, en el taller de su maestro Rudolf von Beckerath, uno de los mejores organeros del siglo pasado, cuando alguien puso un disco grabado en el Palacio Real de Madrid, donde hay un instrumento a la altura de obra de arte. Una pieza de 1778 construida por Jordi Bosch –"nunca suficientemente reconocido"- que Grenzing acabó restaurando en los 90. Bien, el caso es que el organero quedó subyugado por los "sonidos tan personales, tan coloridos y tan vivos" del instrumento, y se vino.







El maestro organero Se ve que no hay nada más parecido a un solo de guitarra eléctrica que la pieza del compositor barroco. No en vano, el artefacto en cuestión "es el instrumento musical más grande, más complejo y más rico -con todos las escalas sonoras, desde los bajos más bajos hasta los agudos más agudos- que la humanidad se ha atrevido a inventar". Aquí la palabra la da un maestro. Y no uno cualquiera. Si no uno de los mejores, si no el mejor, de Europa que es como decir del mundo: Gerhard Grenzing (Alemania, 1942).
Hèctor París, tocando el nuevo órgano de la basílica de la Mercè./ ROBERT RAMOS
¿De qué hablamos? "De hecho no tiene nombre, órgano viene del latín 'organum' que significa instrumento. Y ¿qué es un órgano? Un instrumento de teclado que activa otros instrumentos que están dentro. Nunca será un piano de verdad o una trompeta de verdad, pero el sonido recuerda a los instrumentos reales", apunta París. Pues eso, hablamos de órganos. De todos en general y de uno en particular: el de la basílica de la Mercè. La casa de la patrona de Barcelona estrena uno nuevo y hecho a medida, por Grenzing, por supuesto. Inaugurar un órgano no es una cosa menor, de hecho para el maestro organero "el nacimiento de un órgano es una gran celebración", él lleva ya unas 240, imposible contarlas.

Con carácter catalán

No es una cosa menor porque en la ciudad hay pocos sitios, no más de dos, el Palau de la Música y la catedral, para escuchar conciertos de órgano, y aún menos espacios que tengan un instrumento versátil para poder tocar cualquier composición. El del Palau es bueno pero es un instrumento romántico puro, ideal para expresar composiciones de Listz pero en el que es imposible apreciar todos los detalles de las obras del contemporáneo Messiaen. El de la catedral tiene muchos padres, que es como decir que se ha restaurado (y modificado) en demasiadas ocasiones, aunque no por ello deja de tener interés.    
Porque los órganos tienen personalidad. Y el de la Mercè es de una personalidad versátil y catalana. "Es el que necesita el centro de Barcelona. Un órgano con amplitud, capaz de expresar desde música antigua hasta música contemporánea y hacerlo con carácter. Adaptado para cantar en un espacio vacío y lleno", apunta Grenzing. Lo de que sea catalán no es baladí, pues no suena (o no debería sonar) igual un órgano centroeuropeo que uno del sur. "Cada país crea su propio sonido de órgano que está íntimamente ligado con la fonética del idioma. Los órganos alemanes son fuertes y contundentes; los franceses son nasales; los portugueses se parecen a los catalanes: más claros y agudos", detalla el maestro.
Así que antes de hacer un órgano en El Papiol, donde tiene el taller Grenzing, estudian mucho: "Vamos al mercado, escuchamos cómo se habla y la fonética del lugar, aspectos que luego intentamos expresar con el órgano para que de esta forma la gente lo sienta más propio". Para el de la patrona de la ciudad, Grenzing no ha necesitado pasearse mucho, lleva viviendo en Catalunya 50 años: "Te acabas adaptando a la fisonomía, la cultura, el lenguaje, la luz, el color... Todo esto enriquece, lo inspiras y luego lo expiras", explica. Y, además, ha restaurado muchos órganos históricos catalanes. "Siempre respetando su originalidad, sin modificar ni adaptar nada", sostiene orgulloso.

La quema del 36

De hecho, el maestro organero llegó a Barcelona y luego a Mallorca para acabar en El Papiol, atraído por el sonido de los órganos ibéricos. Lo escuchó por primera vez en Hamburgo, en el taller de su maestro Rudolf von Beckerath, uno de los mejores organeros del siglo pasado, cuando alguien puso un disco grabado en el Palacio Real de Madrid, donde hay un instrumento a la altura de obra de arte. Una pieza de 1778 construida por Jordi Bosch –"nunca suficientemente reconocido"- que Grenzing acabó restaurando en los 90. Bien, el caso es que el organero quedó subyugado por los "sonidos tan personales, tan coloridos y tan vivos" del instrumento, y se vino.    
El maestro organero Gerhard Grenzing, en su taller de El Papiol. / ROBERT RAMOS
El cambio de latitud puede parecer extraño si uno ignora la tradición organística del país, "igual o superior que la de Centroeuropa, la diferencia está en que allí se mantuvo y aquí no". Los motivos del olvido tienen nombre: desamortización de Mendizábal y guerra civil. La primera acabó con el poder económico y cultural de la Iglesia (desde los romanos que el órgano es un instrumento litúrgico); y la segunda acabó con todos los órganos quemados. En Barcelona, por ejemplo, el 18 de julio del 36 había por lo bajo 70 órganos de tubo, una semana después quedaban solo cinco.
Un triste final para una ciudad que había sido centro organero de Europa. "En los siglos XV y XVI vinieron los maestros alemanes y flamencos; y en el XVII y el XVIII, organeros franceses, suizos e italianos. No había ciudad en el mundo en ese momento que atrajera a tantos organeros". Ahí estaban, entre otros, el alemán Johann Spinn von Noyern, en el siglo XV, autor del desaparecido órgano de Santa Maria del Mar, envidia de media Europa, o el francés Jean-Pierre Cavaillé, gran maestro del XVIII.

50 euros por un tubo

De Cavaillé era el órgano de la Mercè que se quemó en el 36. El actual, 40 registros y 2.900 tubos, llevará la firma de Grenzing y pondrá otra vez la basílica en el centro musical de la ciudad, plaza que abandonó después de la guerra civil. Los conciertos inaugurales, durante la fiesta mayor (días 21, 22 y 23 de septiembre), irán a cargo de tres renombrados intérpretes: Thomas Ospital, Maria Nacy y Montserrat Torrent. Estarán abiertos a todo el mundo y contarán con un programa variado, de Bach –"el gran compositor para órgano", sostiene París, el organista titular de la basílica- a contemporáneos catalanes como Benet Casablancas.
Será solo el inicio de un programa con vocación de continuar: "Con este instrumento hemos de conseguir tres cosas: la vertiente cultural, que la gente se reencuentre con el órgano; la vinculada a su misión litúrgica, y la pedagógica, que sea un instrumento donde examinarse o estudiar", reflexiona París, que dará su concierto inaugural por Santa Cecília, antes o después de que el obispo de Barcelona lo bendiga. Tres misiones que serán gratuitas o no en función de cómo esté la deuda generada por el órgano. "Hay una campaña en marcha para apadrinar tubos, que va desde los 50 euros para arriba"; a cambio se obtiene la satisfacción de colaborar y ver el nombre de los colaboradores grabado en el instrumento.

¿Es el mejor de la ciudad? "No está bien comparar órganos. Cada uno tiene su personalidad, no hay dos de iguales. Dejemos que la gente decida cuál es el mejor", defiende París. Es cuestión de poner el oído., en su taller de El Papiol. / ROBERT RAMOS

El cambio de latitud puede parecer extraño si uno ignora la tradición organística del país, "igual o superior que la de Centroeuropa, la diferencia está en que allí se mantuvo y aquí no". Los motivos del olvido tienen nombre: desamortización de Mendizábal y guerra civil. La primera acabó con el poder económico y cultural de la Iglesia (desde los romanos que el órgano es un instrumento litúrgico); y la segunda acabó con todos los órganos quemados. En Barcelona, por ejemplo, el 18 de julio del 36 había por lo bajo 70 órganos de tubo, una semana después quedaban solo cinco.

Un triste final para una ciudad que había sido centro organero de Europa. "En los siglos XV y XVI vinieron los maestros alemanes y flamencos; y en el XVII y el XVIII, organeros franceses, suizos e italianos. No había ciudad en el mundo en ese momento que atrajera a tantos organeros". Ahí estaban, entre otros, el alemán Johann Spinn von Noyern, en el siglo XV, autor del desaparecido órgano de Santa Maria del Mar, envidia de media Europa, o el francés Jean-Pierre Cavaillé, gran maestro del XVIII.
50 euros por un tubo

De Cavaillé era el órgano de la Mercè que se quemó en el 36. El actual, 40 registros y 2.900 tubos, llevará la firma de Grenzing y pondrá otra vez la basílica en el centro musical de la ciudad, plaza que abandonó después de la guerra civil. Los conciertos inaugurales, durante la fiesta mayor (días 21, 22 y 23 de septiembre), irán a cargo de tres renombrados intérpretes: Thomas Ospital, Maria Nacy y Montserrat Torrent. Estarán abiertos a todo el mundo y contarán con un programa variado, de Bach –"el gran compositor para órgano", sostiene París, el organista titular de la basílica- a contemporáneos catalanes como Benet Casablancas.

Será solo el inicio de un programa con vocación de continuar: "Con este instrumento hemos de conseguir tres cosas: la vertiente cultural, que la gente se reencuentre con el órgano; la vinculada a su misión litúrgica, y la pedagógica, que sea un instrumento donde examinarse o estudiar", reflexiona París, que dará su concierto inaugural por Santa Cecília, antes o después de que el obispo de Barcelona lo bendiga. Tres misiones que serán gratuitas o no en función de cómo esté la deuda generada por el órgano. "Hay una campaña en marcha para apadrinar tubos, que va desde los 50 euros para arriba"; a cambio se obtiene la satisfacción de colaborar y ver el nombre de los colaboradores grabado en el instrumento.

¿Es el mejor de la ciudad? "No está bien comparar órganos. Cada uno tiene su personalidad, no hay dos de iguales. Dejemos que la gente decida cuál es el mejor", defiende París. Es cuestión de poner el oído.

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